El parque.Hoy ha amanecido un día espléndido, despejado, con sol brillante y apetecible para pasear. A unos veinte kilómetros de casa, el parque al que me he dirigido también poseía esas características. Pero estaba solitario.
Palomas entre ramas desnudas de los árboles, alguna hoja caduca, el mirador del estanque, la “yesca” en su tronco, la barca sin navegante, el arroyo de aguas reiterativas, y hasta la Puerta de la Paz – para no olvidar la barbarie-, no tenían admiradores. Así he paseado esta mañana, pero no en solitario, he paseado con frío. El frío del parque. Solo compensado con el calor de una conversación amistosa, la de mi amigo Cipriano – hoy feliz por su modificada calidad de vida- que tantas veces ha soportado y soporta mi compañía.
No engaño, el parque estaba solitario.
Palomas entre ramas desnudas de los árboles, alguna hoja caduca, el mirador del estanque, la “yesca” en su tronco, la barca sin navegante, el arroyo de aguas reiterativas, y hasta la Puerta de la Paz – para no olvidar la barbarie-, no tenían admiradores. Así he paseado esta mañana, pero no en solitario, he paseado con frío. El frío del parque. Solo compensado con el calor de una conversación amistosa, la de mi amigo Cipriano – hoy feliz por su modificada calidad de vida- que tantas veces ha soportado y soporta mi compañía.
No engaño, el parque estaba solitario.
Imágenes tomadas en el Parque "Juan Carlos I" de Pinto. Madrid
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