Contra todo lo previsto –hasta difuminar la meta, Jadraque y Cogolludo, tierras del Cid- he paseado fotográficamente por unos campos verdes plagados de hierbas olorosas, atrayentes de delicadas y suaves mariposas; miles de diminutas florecillas y margaritas con fondos de cerros en cuyas laderas –lejos del camino- humean ramas quemadas junto a verdes y radiantes cosechas. También colinas –ora despejadas, ora frondosas- de fuerte colorido. Marco excepcional de una belleza serena la del valle del Henares –Alcarria definida- vigilada desde su origen romano por el castillo cidiano del nombrado Jadraque, de imposible acercamiento físico en mi caso.
Convencido. El paisaje revive su anual sueño de volver a la vida.
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