La compañía y charla
con los amigos -Antonio y Kike- no fueron óbice para una vez iniciado el paseo
por los pasillos de “nuestro jardín” darme cuenta de la estación en la que
discurría el lento caminar y las obligadas paradas fotográficas re rigor.
Así lo indican las
borduras desnudas y limpias de las bellas flores que hasta ahora y desde
tiempos atrás ofrecían –nada más entrar – un genial entramado colorista y de
especies. Claroscuros con fondo verde trasluz, hojas que bajo el rayo solar ya
decadente magnifican su dureza frente al rigor del próximo invierno junto a otras
que –ocres, diseminadas y escasas- aún se amarran a la rama que les dio brillantez.
A media altura, flores que se resisten a perder su belleza y restos –
escaramujos- de rosas que fueron y ya no son. Hojas que acompañan a los caídos los
pétalos de aquellas y el conjunto de color verde-ocre de los vetustos árboles que
todavía quieren lucir en otoño sabiendo ya de su caducidad y en levantando la
vista –entre copa y copa arbóreas, la luz tamizada de nubes presentes y de segura
continuidad en días siguientes.
No hay duda. El paseo
es otoñal. Es noviembre. Los amigos no son estacionales. Son siempre amigos.
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