Zona de recreo. Lozoya. Madrid.
Pensando en un paseo
con buen tiempo y temperatura hasta alcanzar el monasterio de El Paular
(Rascafria) y visitar el adjunto arboreto de Giner de los Ríos, un aparcamiento
a rebosar y gente dispuesta a “sendear” (permítaseme la palabreja), revocaron
la idea inicial. Era domingo.
Aún a pesar de ello,
la salida fue un encanto de imágenes y sonidos a lo largo de algunos “pie a
tierra” que hice y que más abajo las dejaré para compartir con los posibles
lectores de las entradas de este blog.
A lo largo del
recorrido por los lugares de este valle, el del Lozoya, uno se adentra en una
quietud aportada por fincas de cultivo y prados, delimitados por centenarios muros
de piedra y musgo, rodeados por tupidas alamedas que jalonan el discurrir del
río que da nombre al mismo, dejando sorprendentes colores y formas en las rocas
de su cauce, amenizado por cantarín murmullo de la corriente de sus aguas sobre
ellas cuando es el momento del inminente deshielo de las cumbres próximas. Las
cigüeñas, también protagonistas de los prados, descansan en sus nidos junto a
sus polluelos o transportan material para el mejor acomodo de sus moradores. El
trajín y vuelos son constantes. La imagen, atrayente para el fotógrafo viajero.
Albares, melojares y
rebollares sorprenden –botánicamente- junto a los arroyos en los que también
destacan majuelos y endrinos entre otros. No olvidaré las vistas amplias y
luminosas de la calmada lámina de agua del embalse de La Pinilla que desde su
accesible orilla en la próxima La Fuensanta, permite verlo rodeado de
destacadas alturas como Peñalara, Cuerda Larga y Cabeza de Hierro, algunas con
reticentes nieves para abandonarlas.
Con la mirada puesta
en el pequeño mar y en las cumbres blancas, regreso de un paseo gratificante y
soleado. Las fotografías.
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