Mañana de niebla en la dehesa belalcazareña
Algunos días han
pasado desde el último paseo por la dehesa belalcazareña, quedando convencido
de que es un privilegio vivir cerca de ella y contar con su encanto –encanto
invernal en este caso- y teniéndola como un indudable tesoro natural.
La dehesa es un
ecosistema netamente mediterráneo, con abundancia de encinas, quejigos, alcornoques,
coscojas y bajo matorral en el que, junto a aulagas, jaras, retamas y romero y
otras plantas autóctonas, crece una flora genuina y acoge a una diversidad
faunística que la caracteriza de forma inequívoca.
La dehesa en invierno
registra una actividad que la conforman sus “habitantes” –algunos ocasionales-
que requieren de ella la bellota como base de su alimentación natural y que es
facilitada por las citadas encinas y quejigos que la pueblan. Este periodo
alimenticio es el denominado “montanera” para el caso de los cerdos.
Y cómo no, territorio
de acogida de grullas –con atronador trompeteo y hermosa silueta- en el que
temporalmente descansan y se protegen en estos parajes con sus temperaturas
benignas y sustento cómodo y abundante, protagonizado también por la bellota. Ganado
lanar y vacuno –estos de ocupación continuada del territorio- la pueblan de
forma extensiva.
Nieblas, escarchas,
grullas posadas y en vuelo – alterado por las aproximadas evoluciones en altura
de algún buitre leonado- son imágenes obtenidas a prontas horas de la mañana en
este paseo por la dehesa belalcazareña. Completan el conjunto las tomadas al
atardecer y próximas a los ciervos – expectantes de mis intentos de pasar desapercibido-
con la luz rasante que ya disminuía su temperatura y color y son el resumen del
citado encanto y privilegio de su cercano contacto.
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