Dejando
atrás pendiente otras entradas, la de hoy no deseo dejarla de hacer pues, con
el momento y la visión reciente de esta visita, y leída la información que
facilitan a la entrada se obtiene una primera impresión que no se modifica -en
mi caso- una vez concluida.
Dentro de
un marco arquitectónico – hierro, cristal y luminosidad- como el del Palacio de
Cristal del Jardín del Buen Retiro, Dominique Gonzalez-Foerster realiza una
apuesta expositiva de sabor decimonónico en la que sigue revisando su
recurrente relación espacio-tiempo, descargándola en unas mecedoras de época que
invitan a su uso, y que junto a un libro, parecen haber acogido las
elucubraciones de sus ocupantes lectores que momentáneamente o definitivamente las
han abandonado sin llegar a haber distinguido lo imaginario de lo real,
posiblemente impedido por otras realidades más cercanas.
De la
selección de fotos, desde un principio, se desprende espacio y luz, pero
también soledad y abandono. Después, la presencia de visitantes curiosos y
ocupantes precipitados de las mecedoras modifica el uso expositivo que
pretendidamente se sitúa en una habitación de hotel, repito, decimonónico.
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