Ha pasado un año. He vuelto a disfrutar del gran atractivo cordobés del mes de mayo, los patios, mar de flores, de belleza, colorido y aromas auténticamente únicos y símbolo de las monumentales e históricas “córdobas” romanas y árabes siempre arropadas por el andaluz Guadalquivir.
Entre los barrios de San Agustín y de San Lorenzo he recorrido, con mi obligada parsimonia, ocho patios que, casualmente, seis de ellos este año han recibido premios, accésit y menciones.
Paredes y arcos encalados, cubiertos de tiestos azules de los que penden toda clase de flores alegres como los geranios, gitanillas, buganvillas, begonias, calas y limoneros con colores tradicionales del amarillo, rojo, naranja y otros. Anta tamaña belleza, el sentido anula la palabra y la imaginación configura el pensamiento.
Mi agradecimiento a sus conservadores por el sacrificio y esfuerzo de su embellecimiento y la atención en su visita.
Entre los barrios de San Agustín y de San Lorenzo he recorrido, con mi obligada parsimonia, ocho patios que, casualmente, seis de ellos este año han recibido premios, accésit y menciones.
Paredes y arcos encalados, cubiertos de tiestos azules de los que penden toda clase de flores alegres como los geranios, gitanillas, buganvillas, begonias, calas y limoneros con colores tradicionales del amarillo, rojo, naranja y otros. Anta tamaña belleza, el sentido anula la palabra y la imaginación configura el pensamiento.
Mi agradecimiento a sus conservadores por el sacrificio y esfuerzo de su embellecimiento y la atención en su visita.
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